En la otra orilla nos aguardan las ruinas de una ferrería y de un viejo cargadero de mineral junto a la antigua estación de tren. En este punto se sitúa el cruce a nivel de la carretera que sube al antiguo poblado minero de Alén, en Sopuerta. Nos invita a salir de la Vía Verde para descubrir las ferrerías de monte de más de 2.000 años de antigüedad en un entorno acondicionado como área recreativa.
Son las “Ferrerías de viento” (Haizeolak). Estas primitivas fábricas eran pequeñas chimeneas de piedra en las que se introducía el mineral de hierro junto con grandes cantidades de carbón. El objetivo era conseguir que al mineral de hierro se le despegasen todas las impurezas que tenía al estar recién sacado de la mina, y esto se conseguía calentándolo y poniéndolo al rojo vivo en estos pequeños hornos. Dado que necesitaban tanto el mineral de hierro como carbón vegetal en grandes cantidades, estas ferrerías se construyeron en las zonas altas de nuestros montes. Allí arriba, cerca de las minas de donde los mineros arrancaban el hierro y de los bosques donde los carboneros elaboraban carbón con la madera de los robles, hayas y castaños.
La carbonera empezaba con una chimenea con un montón de leños. Esta chimenea se rodeaba de troncos y maderas que le daban forma de pequeña montaña. El siguiente paso era tapar la carbonera con maleza y paja; para acabar se cubría con una capa de tierra y ceniza para evitar que la llama se escapase. Por el hueco libre que había quedado al formar la chimenea se metía un trozo de carbón ardiendo y cuando la madera prendía, este hueco se cubría con barro. Si esto te parece laborioso, aún queda lo más complicado, ya que la carbonera había que cuidarla durante una semana más o menos. Se trataba de ir echando tierra sobre la carbonera cuando fuese necesario para que el fuego no escapase. Pasada una semana, el fuego se apagaba y la montaña de carbón comenzaba a enfriarse. Entonces el carbonero la echaba abajo con un rastrillo y separaba el carbón del resto. Lo realmente complicado era saber el momento exacto en el que la madera se convertía en carbón para apagar el fuego en ese preciso momento. Esto solo se aprendía con el trabajo y los años. Es, por tanto parte de la misteriosa receta de cada carbonero.
La carbonera empezaba con una chimenea con un montón de leños. Esta chimenea se rodeaba de troncos y maderas que le daban forma de pequeña montaña. El siguiente paso era tapar la carbonera con maleza y paja; para acabar se cubría con una capa de tierra y ceniza para evitar que la llama se escapase.
Por el hueco libre que había quedado al formar la chimenea se metía un trozo de carbón ardiendo y cuando la madera prendía, este hueco se cubría con barro. Si esto te parece laborioso, aún queda lo más complicado, ya que la carbonera había que cuidarla durante una semana más o menos. Se trataba de ir echando tierra sobre la carbonera cuando fuese necesario para que el fuego no escapase. Pasada una semana, el fuego se apagaba y la montaña de carbón comenzaba a enfriarse. Entonces el carbonero la echaba abajo con un rastrillo y separaba el carbón del resto.
Lo realmente complicado era saber el momento exacto en el que la madera se convertía en carbón para apagar el fuego en ese preciso momento. Esto solo se aprendía con el trabajo y los años. Es, por tanto parte de la misteriosa receta de cada carbonero.